Los reglamentos gustan, disgustan y dan igual.

Los juegos nos conceden la amable solicitud de tener que aprender a jugarlos. Un precioso libreto al que llaman y llamamos «de reglas» está dispuesto a hacernos llegar las herramientas que nos permitan disfrutar de ellos. ¿Pero quién quiere leer reglas cuando pueden enseñarle a jugar?
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Las trece partidas perdidas

Permítanme que les cuente la historia que, en cierto modo, tiene mucho que ver con el nombre de este blog.
Hace unos años veraneaba con unos amigos por las playas de vaya usted a saber dónde. No éramos muchos pero nos bastábamos dos para echar unas manos de cartas. En aquél entonces, empezaba su andadura la versión 2.0 del juego de cartas LCG Juego de Tronos.
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Sentencias en la playa

La cantidad de juegos que me he traído a mi retiro veraniego no es, ni mucho menos, la misma que los años anteriores. En otras ocasiones he apostado por la cantidad, porque lo que me propiciaba tener una buena gama de posibilidades era precisamente eso, tener suficiente como para darme margen para elegir.
Aún teniendo poco espacio, apretaba y empujaba, metía caja dentro de caja, desmantelaba sus piezas y propiciaba en lo posible que en el maletero entrasen la mayor cantidad de juegos. Incluso algunos Euros relativamente difíciles de sacar a mesa para jugar con la gente con la que jugaría aquí. Vamos, de esos que te llevas para pasearles durante 500 kilómetros, ida y vuelta.
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¿Hacía falta otro blog sobre juegos de mesa? Obviamente, no.

¿Hacía falta otro blog de juegos de mesa?
Obviamente, no.

Lo mejor, más fácil, lo más extendido –y menos mal–, lo que realmente a todos nos gusta, lo que finalmente acabamos concediéndonos como jugadores, es… a jugar. Acabo de empezar a escribir esto y casi me querría sentenciar desde ya que realmente lo mejor de todo esto es previsamente eso; jugar. Desinhibirse ante cualquier juego, no tener prejuicios y –casi–tampoco pretensiones. Simplemente jugar, vaya.
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