Más encuentros y menos juegos. Jugar sin parar (III) Un encuentro con jugones en una casa rural este fin de semana con pocas partidas pero inmejorables sensaciones.

El fin de semana me ha deparado unos días bastante movidos en lo que a partidas se refiere. Me he ido a una casa rural a disfrutar de un encuentro con amigos jugones. He jugado mucho y con mucha gente a quien aprecio. Pero estas jornadas ya no son como antes. Y eso me gusta más.

La razón es que hemos celebrado un encuentro entre un grupo que nos conocemos desde hace tiempo y que llevábamos sin celebrar. Es la séptima vez que lo hacemos, yo tuve la suerte de poder asistir, hace casi cinco años, desde la segunda vez que se celebró.

Han cambiado varias cosas desde las anteriores veces que celebramos un evento como este: nos vamos conociendo, muchos ya podemos considerarnos amigos –no solo jugones que se reúnen a jugar– y los que logramos salvar la distancia del espacio que hay entre nosotros –somos muchos de todas partes de España–nos vemos a menudo.

Esta situación me recuerda a los festivales de música a los que he ido durante muchos años. Con el paso del tiempo he aprendido a disfrutarlos de manera diferente. Antes iba con otra actitud y no me importaba dormir poco o nada y comer cualquier cosa. Y ahora voy a ellos con menos exigencia y acabo disfrutando más de la experiencia. En los encuentros jugones de este tipo, en los que quedamos veinte personas durante cuatro días para jugar a todo tipo de juegos, veo irrenunciable tener un estado mental concreto, no exprimirme al máximo y permitirme «no jugar» si es necesario, perderme en paseos en el campo, irme a acostar pronto y no lamentar perder una partida por quedarme charlando sin más con mis amigos.

Uno de la tipología de juego que es más sencillo que salga a mesa son los euros medios como puede ser «Las ruinas perdidas de Arnak».

Hay un espacio para la reflexión y el ver cómo hemos cambiado desde la última vez. De manera personal, desde que celebrásemos el último encuentro hace tres años, muchas de nuestras vidas han cambiado, algunas hasta dar la vuelta por completo. Nos ha arrasado la pandemia con todas sus consecuencias. Paula, la mujer que nos alquilaba la casa y nos realizaba el excelente servicio de comidas que permitía que no pensásemos en otra cosa que no fuera disfrutar, ya no está con nosotros. Y algunos de los que acudieron en los primeros encuentros ya no están por decisión propia o por no poder asistir.

Entre ellas, acudimos sin que exista esa urgencia extraña por jugarlo todo. Y tampoco esto de querer que todo el mundo a tu alrededor acierte a encontrar el juego que les abra un mundo infinito de diversión. El fervor de los primeros años, sobre todo cuando tienes un medio en el que hablas de estas cosas, que es un altavoz para tus mierdas y por el que corres el riesgo de pensar que lo que dices tiene importancia, hace que quieras compartir todo lo que sucede en eventos como este. Y, de manera práctica, en general, esta vez he jugado menos juegos diferentes y menos partidas en total.

Y luego la necesidad de ocupar todo el espacio posible en jugar y jugar. Eso, entre muchos de los presentes, hace tiempo que quedó atrás. Tenemos más que consolidados los grupos de juegos habituales a los que pertenecemos. Tenemos claras cuáles son nuestras batallas diarias y qué recursos nos requiere sacar tiempo para jugar al menos una vez por semana. En esta ocasión, no he vuelto del fin de semana con la lengua fuera y creo que es parte de la razón por la que he vuelto a casa sonriente y satisfecho.

Polis es el juego que posiblemente más me ha gustado este fin de semana. Y al que he echado más partidas sin importar repetir las veces que fueran. Y me hubiese gustado que fueran más.

Un ejemplo: he jugado tres partidas seguidas a Polis. Porque si una vez te gusta y no te quedas satisfecho, ¿por qué no jugar una segunda, o una tercera? Posiblemente hace años hubiese buscado probar algo diferente y cambiar de juego. Sobre todo teniendo en cuenta que es un juego de dos jugadores y al fin y al cabo somos un montón de gente en este. Supongo que muchos de nosotros ya sabemos cuál es la manera en la que nos relacionamos con los juegos y con los demás.

Por eso tiene un valor añadido extrañamente más brillante el hecho de que aún ésta sea una fecha reseñable e imperdible, casi ya como una especie de encuentro anual entre los estudiantes del instituto de la promoción del ’87.

Por eso –y quizá, por qué no decirlo, también porque los años pasan– ahora disfrutamos de los juegos con una marcha menos, lejos de la tentación de tirar del freno de mano, con el sosiego de quien se asegura de mira a los lados antes de cruzar un paso de cebra.

Uno de los juegos que más me han gustado este último año, Dominant Species Marine.

Hay un «yo» que ya está lejos de los requerimientos o necesidades que exigen jugar un fin de semana con gente que no conoces. Las premisas en un caso así siempre fueron diferentes. Conocer gente a través de los juegos era colateral y nunca fue necesidad como tal. Pero ha resultado que si no hay gente interesante y a la que aprecio al rededor, ya no me apetece un fin de semana así.

Es posible que hable por mí pensando que hablo, en cierto modo, también por muchos de los que asisten a este encuentro conmigo. Puede que sea la forma en la que los veo y cómo al irlos conociendo y al crecer el afecto y la confianza, me de la impresión de que no juegan ni se relacionan conmigo y con los demás como lo hacían al principio. Y que muchos están de vuelta de muchas cosas.

Parece algo normal, lo que cualquier grupo que nace gracias a una afición sucede. Pero me resulta definitorio el que en la afición de juegos de mesa, que te obliga a compartir socialmente el disfrute de los mismos, los juegos ejerzan de catalizador y la excelencia de la experiencia de estas jornadas la pongan los ratos en los que no estamos jugando.

Publicado por

LuisFley

Juego a juegos de mesa y casi siempre pierdo. Poco más que decir. Si acaso, que grabo un Podcast sobre ello llamado 'Planeta de Juegos'.

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